El coronel Henry Becerra pasó 23 años en la primera línea de fuego en Cauca, La Macarena, Sur de Bolívar, Casanare. Ya no piensa en heridos y muertos, sino en frailejones, ríos, quebradas; un campo donde la gente rehaga su vida en paz
Por: Juan José Jaramillo
- Abuelo, me voy para Barragán.
– Uy mijo, cuídese que esa tierra es buena, produce como 5 guerrilleros por hectárea.
A 20 minutos de Tuluá, la cuarta ciudad más grande del Valle del Cauca y del mismo tamaño que Armenia, comenzaba la zona de control de Pablo Catatumbo, comandante del Bloque Occidental. La carretera comienza a orillas del río Bugalagrande y muere en el corazón del Páramo de la Hermosas, casa de Pablo Catatumbo y Alfonso Cano.
Hasta el 2006 el Ejército no podía usar la carretera. “Era una plomiza fija”. Para llegar al páramo tenían que volar en helicóptero: así se movían y se abastecían los pocos soldados que tenían que quedarse encerrados día y noche en la base: dar un paso afuera era jugarse la vida. Hoy el Coronel Henry Becerra recorre toda la región en moto.
Esos eran otros tiempos. Puerto Trazadas, donde entraban disparando y volvían a salir caminando de espaldas en el mismo día, hoy el ejército para y toma tinto. Los campesinos siguen teniendo proyectos, pero ahora el apoyo ya no es de las FARC sino de los militares.
Los muchachos, como se refiere el Coronel Becerra a sus soldados, están enfocados en cambiar la imagen del Ejército. Antes llegaban disparando y pensando que todo campesino era un aliado, real o potencial, de la guerrilla. Mentalidades de la guerra. Pero con la entrega de los territorios al Estado, el Ejército comenzó a ver hermanos y amigos.
El General Alberto José Mejía, Comandante General del Ejército desde el 2015, se pensó el concepto de Ejército Multimisión. Esa idea compleja quiere decir que ahora los soldados no están solo para disparar, sino que tienen también la responsabilidad de ganarse los corazones de la gente que vive donde tienen que actuar.
Becerra nació en Bogotá, pero desde bebé estuvo en el Líbano Tolima. Sus papás eran pueblerinos, cómo él mismo dice con orgullo. Tiene 41 años y se ríe casi todo el tiempo. Con sus jóvenes, con sus invitados y con la gente que lo recibe en sus casas. Cuando está en modo risa, habla duro y el estruendo se escucha en las paredes de bareque y madera. La otra mitad del tiempo está escuchando o está hablando en voz baja: siente una pasión por discutir los temas coyunturales. Es por partes iguales crítico y alegre, además de orgulloso de su Ejército pero capaz de reconocer los problemas que tiene. No le queda difícil que cualquier campesino se siente a escucharlo.
Esta nueva política llevó a la generación de nuevas ramas dentro del Ejército. Se crearon los batallones de desminado humanitario, que es muy distinto al desminado militar, y también se creó el Batallón de Altamontaña Número 10. Ese es el batallón que desde diciembre del 2016 comanda Henry Becerra.
En Santa Lucía, el pueblo que queda a una hora de Barragán, las FARC patrullaba uniformados, con el fusil terciado y el brazalete lo portaban con orgullo. Para la comunidad era un honor poder tener alguna relación con la guerrilla. Hoy uno de los grandes líderes comunales que apoyaba, Sergio alias Chuleta, llama al Coronel para que lo ayude a limpiar el patio de la escuela, o a pintar la fachada del salón comunal. Trabajan hombro a hombro.
“Sí. Pablo [Catatumbo] por acá es un héroe, sobre todo para los campesinos. No ve que a la hora que fuera bajaba al familiar enfermo en pura mierda para el hospital en camioneta.”
Ese es el hueco que están intentando llenar los hombres del Ejército, un espacio que se gana es en el corazón de cada habitante de la cordillera central vallecaucana. Y parece que van por buen camino: en cada casa sale alguien a saludarlos cuando pasa la camioneta del Coronel Becerra.